MANUEL MANSO RUIZ

Nací allá por el mes de Septiembre del año 1922 en Vico, en el llamado “El Rincón de los Carpinteros”, ya que mi abuelo tenía instalado allí un taller de carros y una fragua. En ese lugar residí toda mi vida.

Hijo, nieto, sobrino y primo de carpinteros de ribera, tenía una hermana más pequeña, Juana, la mujer más cariñosa y valiente que he conocido.

En mi infancia fui a la escuela varios años. Estaba en la baranda, donde posteriormente se instaló la oficina de Correos. Nuestro patio de juegos era el llano de la presa que abastecía a los molinos de agua (lo que es ahora la plaza de la Iglesia) Allí jugábamos con los trompos, hacíamos carreras con los aros de metal, a los bolos…

En la escuela aprendí a leer y a escribir, las cuatro reglas y poco más (lo suficiente para desenvolverme en aquellos tiempos). Leíamos el Catón y la Enciclopedia. Lo que más me gustaba era cuando dibujábamos los sábados, calcando las figuras en los ventanales del viejo edificio. Recuerdo una anécdota que me pasó un día, el maestro sabiendo que mi padre tenía un huerto con árboles frutales, me encargó que le cortara una vara de membrillo, con la mala suerte de que fui el primero en “probarla” al día siguiente.

Cuando salía de la escuela, en mi casa me estaban esperando para echar una mano en el Taller, ya fuera serrando tablones de madera con la sierra bracera o para darle a los fuelles de la fragua.

Cuando terminé la escuela, en plena República, ayudaba a mi padre en el Taller, donde no faltaba la faena. El estallido de la Guerra, me pilló afortunadamente antes de mi Quinta, por lo que me libré de ella, aunque me tocó luego hacer la “mili” en los difíciles años Cuarenta.

Aún recuerdo aquella mañana calurosa de verano, cuando amanecieron cientos de soldados asentados en las proximidades del pueblo con las ametralladoras apuntando hacia aquí. Menos mal que en Facinas no hubo resistencia.

 Me tiré tres años destinado en el taller de carpintería del Parque de Artillería de Algeciras. Como hacía mucha falta mi ayuda en casa, todos los fines de semana regresaba a mi hogar.

Cuando no tenía dinero para coger el Coche Correo, me venía andando por un atajo que conocía por encima de las Sierras. Tardaba unas tres horas en llegar. Allí hice buenas amistades, sobre todo con un soldado de Medina, al que le escribía yo mismo las cartas que le mandaba a su familia y a su novia.

Lo volví a ver cuarenta y cinco años después, cuando me vino a visitar al Hospital de Cádiz en un encuentro muy emotivo.

Una vez terminado el servicio a la Patria, continué ayudándole a mi padre en los trabajos de carpintería, ya fuera en el taller o por los cortijos de la zona arreglando y preparando los aperos de labranza. Por la mañana muy temprano partíamos en las bestias cargadas con las herramientas necesarias (suelas, barrenas, martillos, serruchos, hachas, escoplos, escofinas, …) con destino al cortijo donde se nos habían demandado nuestros servicios.

Nuestra zona de trabajo abarcaba desde El Chaparral hasta Zahara.

Muchas veces, cuando la faena se alargaba y estábamos lejos del pueblo para regresar, hacíamos noche en el cortijo en cuestión, donde nos daban la comida y la cama. Nos dedicábamos a reparar o hacerlos de nuevo los arados, los yugos, los viergos para mover la paja, los andoques para el transporte en las bestias, los mangos de las herramientas de labranza, las talanqueras de las parcelas, la reparación de los carros, etc.

Utilizábamos para ello la madera de acebuche, de chopo, de álamo o de quejigo, que nosotros mismos buscábamos y cortamos de los árboles.

En Septiembre del 61 me casé en la Iglesia de Bolonia con Luz Ruiz Pacheco (natural de La Gloria) tras varios años de noviazgo. Tuvimos dos hijos, Juani y Francisco Manuel . Empezamos a vivir en una casa que acondicionamos al lado de mis padres.

En esos duros años, la mecanización del campo y la migración de la gente a las ciudades por un lado y la responsabilidad de llevar una familia por otro, me llevaron a buscar trabajo como encofrador, ya que de lo mío escaseaba la faena.

Trabajé en las obras más importante que se construyeron en estos alrededores, como el Puente de la Ese, la Presa del Almodóvar, el hotel grande de Zahara y en los primeros bloques de pisos de Tarifa. Durante esta época, por las noches iba al Club de Padres a dar clases para mejorar mis conocimientos.

A mediados de los setenta, cuando falleció mi padre y mi madre se fue a vivir con mi hermana, monté el pequeño taller de carpintería en la que había sido su casa hasta ahora.

Me “refiné” en los trabajos  y empecé a coger encargos de todos los colores. Lo mismo tapizaba un sofá, que le echaba un fondo a una silla con guita, que montaba el portaje de una vivienda y lo barnizaba, que hacía un mueble de madera, que montaba los muebles de una cocina completa, que torneaba los balaustres de una baranda, que colocaba un friso en una vivienda, etc. Así estuve hasta la edad de jubilación.

En esta época, mi hijo me ayudaba por las tardes cuando terminaba sus estudios en el Instituto. Traté de enseñarle todo lo que sabía de este bello oficio.

En mis ratos libres, siempre me ha gustado salir al campo a pasear y a coger, según el tiempo, tagarninas, espárragos, pencas, quesillos… y a poner las “trampas” o la red (cuando no estaba penado).

Por las tardes me gustaba subir al pueblo, en primer lugar a ver a mis sobrinos (que los quería como a mis hijos) y luego a echar una partidita de cartas o de dominó en el bar de El Salón, de Curro Silva, de Reina o de Cerván y tomarme un par de “chiclanitas”.

Una vez jubilado, seguía haciendo chapuces de lo mío. Participé en una Exposición de “Arte Elemental”  en Estepota y en Tarifa organizada por mis amigos Luciano y Shena.

Para ello construí, entre otras cosas,  un carro de madera, un yugo y un arado romano. Este trabajo me gratificó mucho ya que recordé mis tiempos de joven. Todavía creo que estas creaciones se hallan en el Museo de Tarifa.

Y lo que es la vida, toda ella trabajando y al poco tiempo de jubilarme, cuando estaba disfrutando y hacía lo que más me apetecía,  una maldita enfermedad, tras un año y medio de sufrimiento, me trajo para este “barrio”, arrebatándome de mi familia y de mi querido pueblo.

Hasta aquí todo lo que recuerdo de mi  vida, como ya hace casi veinte años que me vine para acá, se me han borrado muchos de ellos. Una vida que llevé de forma sencilla, donde traté de llevarme bien con todo el mundo y educar a mis hijos (mi mayor orgullo) en el respeto a los demás, el trabajo, la humildad y el cariño por su pueblo.

  Agosto de 2011